16.7.23

Cronología de un desastre patrimonial (I)

 En una serie de artículos vamos a analizar los hitos y fechas más importantes en la destrucción del patrimonio histórico de Sevilla. 

La crónica negra sobre la destrucción del patrimonio histórico de nuestra ciudad tiene en sus autores nombre y apellidos. Las fechas más relevantes en esa destrucción –dejando aparte fenómenos naturales a nadie directamente imputables como incendios, inundaciones o terremotos– podemos relatarlas así:

 1810: Ocupación francesa de la ciudad. El mariscal Soult utilizó los conventos como alojamiento para sus tropas, incumpliendo lo pactado en las Capitulaciones de la ciudad, que disponían entre otras cosas respeto a las propiedades de la Iglesia y al clero. En el Alcázar llegaron a reunirse, procedentes de conventos e iglesias fundamentalmente, casi mil cuadros –999 según el catálogo publicado por Imaz–. Entre los cuadros confiscados se encontraban 43 de Murillo, 82 de Zurbarán, 40 de Alonso Cano, 74  de Valdés Leal, 10 de Roelas y 22 de Herrera el Viejo. Cierto es que últimas investigaciones apuntan a que el rey intruso pretendía crear un museo en el Alcázar. Lo anterior no excluye el expolio que, personalmente, realizó el mariscal Soult  y que no fue poco –cuadros de Santa María la Blanca o del Hospital de la Santa Caridad–, por citar dos ejemplos de los muchos elegibles.

El mariscal organizó su propio museo en su residencia del Palacio Arzobispal el tiempo que estuvo en Sevilla. Allí, probablemente, reunió cerca de doscientas obras escogidas que le hubiera gustado llevarse al dejar la ciudad en 1812. Los mejores cuadros de Murillo y de los grandes maestros sevillanos pasaron directamente a decorar su residencia.

La comparación entre el inventario de 1810 y los inventarios posteriores indican, de forma aproximada, los cuadros sustraídos: un total de 173 pinturas. Los invasores galos se llevaron 32 cuadros de Murillo, 28 de Zurbarán, 25 de Alonso Cano, 8 de Valdés Leal, 5 de Herrera el Viejo, 3 Rubens, y 2 de Roelas, entre los más sobresalientes

Con el pretexto de modernizar y abrir plazas y espacios públicos se derribaron dos parroquias mudéjares –Santa Cruz y La Magdalena– y el convento de monjas agustinas de la Encarnación, además de ocupar conventos para usarlos como cuarteles y cuadras, con el consiguiente destrozo. El convento de la Encarnación comenzó a ser derribado el veintiocho de abril de 1810, solamente tres meses después de la ocupación francesa. La excusa fue abrir una gran plaza pública. Se realizó sin cumplir ninguno de los requisitos que la propia orden de derribo indicaba –no se  dieron indemnizaciones, no fue solicitado por el Municipio–.

El plan de política urbanística que traía José I tenía como objetivo abrir grandes plazas unidas por anchas avenidas que definiesen amplias perspectivas, tal como se había hecho en Paris.

1835-36: Desamortización de Mendizábal, que declaró extinguidos, con algunas excepciones, todos los monasterios, conventos, colegios, congregaciones y demás casas de religiosos de ambos sexos, adjudicándose el Estado sus bienes  y ordenando su venta –decreto de 9 de marzo de 1836–. Sin entrar a valorar la oportunidad, necesidad o urgencia de las medidas desamortizadoras, no cabe duda de que, cuantitativamente, es el atentado más voluminoso al patrimonio histórico-artístico de toda nuestra historia. Serían innumerables los ejemplos, citando solo como muestra la desamortización de la Casa Grande de la Merced –hoy Museo Provincial de Bellas Artes–, la Cartuja de las Cuevas y los conventos femeninos de Pasión y Santa María de Gracia –dominicas–, de Belén –carmelitas–, Dulce Nombre y Nuestra Señora de la Paz –ambos de agustinas y hoy conservados como sede canónica de cofradías– y los de San Miguel y Justa y Rufina, ambos de franciscanas concepcionistas.

A cambio, y por citar algo positivo, la primera mitad del siglo XIX puede calificarse de «la época de las plazas», ya que nacieron las del Museo –tras el derribo de parte del convento mercedario–, la actual del Cristo de Burgos –en el solar de la primitiva Fábrica de Tabacos–, la de la Magdalena –tras el derribo de la parroquia homónima–, la de la Alfalfa –tras derribarse la Carnicería Mayor–, la Plaza Nueva –en el solar del convento de San Francisco–, la plaza de Santa Cruz –tras el derribo de la parroquia homónima– y la de la Virgen de los Reyes. El mercado central de la ciudad se levantó sobre el solar de una enorme manzana que incluía el derribado convento de la Encarnación, de monjas agustinas. Hoy, una comunidad de religiosas de la misma Órden, herederas del derruido convento, mantiene el nombre del convento ocupando el antiguo hospital de Santa Marta, en la Plaza de la Virgen de los Reyes.

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