26.10.09

LAS OBRAS DE MURILLO EN SEVILLA III


En tercer lugar. y para ter­minar nuestro "safari" pictó­rico por la obra de Murillo encaminamos nuestros pa­sos a la Iglesia de San Jorge, del Hospital de la Caridad. Bien conocido es que Murillo perteneció como hermano a la Hermandad de la Santa Caridad, cuyo Hermano Ma­yor era en esos momentos el Venerable Miguel de Maña­ra. Como el propio nombre de la Hermandad indica sus fines eran ejercitar la caridad y especialmente curar a los enfermos (para lo cual tenían Hospital) y enterrar a los di­funtos, obra de caridad que hoy día puede parecernos exótica pero que en la época era muy necesaria dado el número de personas que aparecían muertas, bien en la calle, bien en el río, bien ajusticiados, de cuyos cuerpos nadie se hacía cargo.
En este contexto se le encargó a Murillo una serie de lienzos con un programa iconográfico consistente en representar las obras de misericordia corpo­rales: solamente conserva­mos "in situ" dos de ellas: Moisés en la roca de Horeb y El milagro de los panes –que representan dar de beber al sediento y dar de comer al hambriento respectivamente–. Los cuatros restantes cua­dros están, por obra del ma­riscal Soult que los confiscó, en diversos museos del mun­do. Los temas representados son las cuatro obras de misericordia restantes, a saber: Abraham recibe a tres ángeles –dar posada al peregrino– y Retorno del hijo pródigo –vestir al desnudo– en la National Gallery de Otawa y la National Gallery de Washington y Curación de un paralítico –visitar y cuidar a los enfermos– y Liberación de San Pedro –redimir al cautivo–, actualmente en la National Gallery de Londres y el Ermitage.
Hoy en su lugar hay unas buenas copias realizadas bajo la dirección de Juan Luis Coto Cobo y los profesores de la Facultad de Bellas Artes Gustavo Domínguez y Fernando García García, colocadas con buen criterio ya que así al menos el lenguaje iconográfico de la iglesia se mantiene completo.
La séptima obra de misericordia, la que fue origen de la fundación de la hermandad, se representa en el retablo mayor de la iglesia, obra escultórica de Pedro Roldán que represen­ta El entierro de Cristo –enterrar a los muertos– y allí situada para recordar, en sitio principal, la obligación primordial de los hermanos.
Pero con estos dos lienzos no se agota la presencia de Morillo en la iglesia pues resta por ver otros cinco cuadros más. Así, pintó Murillo otros dos lienzos, representando en una a San Juan de Dios transportando a un enfermo y a Santa Isabel de Hungría curando a los ti­ñosos, para que los herma­nos tuvieran presente sus obligaciones de traer enfer­mos y curarlos. Una magnífi­ca Anunciación que hoy luce la iglesia ingresó poste­riormente, como donación de un hermano. Sólo nos queda ya por repasar en dos pequeños lienzos, que rema­ta sendos retablos laterales y que representan a El Salva­dor Niño y a San Juan Bau­tista Niño.
Y con la visita al Hospital de la Caridad terminamos nues­tro recorrido por los edificios sevillanos que conservan cuadros de nuestro inmortal paisano, gran parte de cuya producción nos fue expoliada a los sevillanos de mala manera y aunque no venga a cuento no estaría de más recordar el agravio que se hi­zo a Sevilla en el 300 Aniver­sario de la muerte del pintor cuando se nos escamoteó lo que, por justicia y lógica era evidente: que la exposición antológica del pintor que se organizó con tal motivo visi­tara la ciudad que le vio na­cer y que los sevillanos pu­dieran contemplar obras del maestro, que en buena ley, deberían permanecer en Se­villa. Ahora se anuncia para febrero de 2010 una exposición en el Museo de sus obras de juventud, que antes han pasado por Bilbao. Algo es algo.

BIBLIOGRAFIA
ANGULO íÑIGUEZ, Diego, Murillo, 3 Tomos, Espasa Calpe, Madrid 1981.
VALDIVIESO, Enrique, La obra de Murillo en Sevilla, Colección Biblioteca de Temas sevillanos nº 24,­ Ayuntamiento de Sevilla, Sevilla 1982.

20.10.09

LAS OBRAS DE MURILLO EN SEVILLA II


Siguiendo con el artículo anterior, nos dirigimos hoy al Museo de Bellas Artes sevillano, concretamente a su Sala V (antigua iglesia) y Sala VII (Planta alta). El Museo provincial de Bellas Artes es el edificio que más obras –veintitrés– alberga de Murillo en nuestra ciudad. La procedencia de los cuadros es fundamentalmente de dos conventos se­villanos: el de Capuchinos y el de San Agustín (hoy ya desaparecido).
Del convento de Capuchi­nos, que se conserva en la Ronda de su nombre, proceden la mayoría de los lienzos del Museo, lienzos que con la invasión francesa fueron sacados de Sevilla para evitar su envío a Fran­cia, concretamente a Gibraltar, estando antes un cierto tiempo depositados en la catedral. Volvieron los cua­dros a Sevilla pero la desa­mortización afectó al con­vento, quedando ya definitivamente los cuadros en el Museo, excepto unos pocos de los que más adelante ha­remos mención. Los cuadros procedentes de Capuchinos formaban parte del retablo mayor y de retablos latera­les, dedicados a santos de la Orden. Lienzos tan conoci­dos y reproducidos como La Adoración de los pasto­res o Santa Justa y Rufi­na proceden de allí. No puede faltar un San Anto­nio con el Niño y San Fé­lix de Cantalicio con el Ni­ño, obras todas ellas que re­suman dulzura y ternura. Con todo, quizás una de las obras más populares sea la llamada Virgen de la Servi­lleta, así llamada por existir la devota leyenda de que fue pintada en un servilleta o se­gún otras versiones porque un fraile le pidió que le hicie­se una copia en dicha tela.
No podernos dejar de citar a su San Francisco abra­zando al Crucificado y a la que en confesión del propio Murillo era su obra preferida: Santo Tomás de Vlllanue­va dando limosna, obra impregnada de humanidad con detalles verdaderamente emotivos como del niño que enseña a su madre las mone­das que el santo acaba de darle.
Del desamortizado convento de San José, de mercedarios descalzos, procede una Virgen con el Niño.
Del extinguido convento de San Agustín posee el Museo tres obras, las tres con San Agustín de protagonista y del desaparecido convento de San Francisco una Inmaculada denominada La Colosal o Concepción Grande por su tamaño y que hoy preside el testero de lo que fue la iglesia del convento mercedario.
Otras dos Inmaculadas completan la serie inmacula­dista que del pintor posee el Museo: se trata de la Inma­culada Niña y La Inma­culada con el Padre Eterno. De todos es cono­cido el fervor inmaculadista sevillano en el S. XVII por lo cual no es de extrañar que proliferasen sus representa­ciones dado que no hubo iglesia, convento, particular acaudalado o institución que no poseyese este tema entre sus cuadros. Restan por citar otras dos obras de Murillo: un San Jerónimo adquiri­do por el Museo –1972– y La Dolorosa, único cuadro cedido al Museo por un particular para su exhibición –lo cedió la Marquesa de Larios–.
Una vez visitado el Museo, el amante de la obra de Murillo deberá dirigir sus pasos a la Catedral, en la cual hallará dieciséis obras su­yas. En primer lugar puede visitar la Sala Capitular, que nos ofrece una Inmacu­lada, que por la gran altura a que está colocada no puede apreciarse con detalle y ocho tondos representando santos y santas vinculados a Sevilla reconocibles entre otros detalles por tener sus nombres. Con respecto a la Inmaculada diremos que de todas las que pintó Murillo es la única que permanece en el sitio para el que fue pintada.
De la Sala Capitular nos dirigimos a la Sacristía Mayor donde encontraremos dos extraordinarios re­tratos que representan a dos santos arzobispos de Sevilla: San Leandro y San Isidoro (este úl­timo con barba) y que es fa­ma que eran retratos de dos personajes conocidos y vin­culados al Cabildo Catedral (Alonso de Herrera y el li­cenciado Francisco López respectivamente).
Pero sin lugar a dudas es el cuadro de San Antonio de la Capilla Bautismal la pieza más conocida y al mis­mo tiempo más meritoria de todas las que de Murillo con­serva la Catedral. Este lien­zo, de grandes dimensiones, fue –y sigue siendo– muy ad­mirado y no debe cabernos duda de que gracias a su gran tamaño aún lo conser­vemos. Diversos avatares ha sufrido la pintura, no siendo el menor el robo de que fue objeto la parte del lienzo correspondiente a la figura del santo en 1874 y que fue re­cuperada en un anticuario de Nueva York un año des­pués, devuelto el trozo y fe­lizmente restaurado. Fijándonos con atención podremos apreciar la huella dejada al reponerlo. Remata el cuadro otro lienzo de Mu­rillo que representa El Bau­tismo de Cristo, tema a propósito del destino a que se dedica la capilla.
Para finalizar la visita catedralicia nos quedarían por ver otros tres Murillos que, aunque están en el templo, no fueron pintados expresamente para el mis­mo. Se trata del muy vene­rado Ángel de la Guarda (regalo de la comunidad de frailes capuchinos en agra­decimiento por haber el Ca­bildo guardado cierto tiempo las pinturas de su convento), un retrato de San Fernan­do y un retrato de La Vene­rable Madre Dorotea de es­caso interés por ser copia de otro retrato ya existente.



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5.10.09

LA OBRA DE MURILLO EN SEVILLA I

Vamos a dedicar varios artículos para dar a conocer la obra de Murillo que permanece en Sevilla.
Bartolomé Esteban Muri­llo, nacido en Sevilla y bautizado en el mes de enero de 1618 en la parroquia de la Magdalena, que estuvo situada en el lugar que actualmente ocupa la plaza del mismo nombre, vi­viría prácticamente toda su vi­da en nuestra ciudad, en la que falleció en 1682, siendo vecino del barrio de Santa Cruz. Fue enterrado en la parro­quia del mismo nombre, también desaparecida, de la cual tomó la denominación la actual plaza perdiéndose sus restos mortales con el derribo.
En rigor, toda la pintura de Muríllo debe ser conside­rada de Sevilla, por haberla pintado aquí en su mayoría para iglesias y conventos se­villanos. Sin embargo el mo­tivo del presente artículo es el de ocuparnos de los cuadros de Murillo que aún que­dan en nuestra ciudad, que rondan los 50, cantidad que puede equivaler aproxima­damente a una octava parte de toda su producción conocida.
La popularidad de Murillo hi­zo que no hubiese museo o coleccionista importante que no quisiera contar entre sus cuadros con algún Murillo, siendo sus lienzos objeto prioritario en adquisiciones. Con todo, fue en la ocupa­ción francesa cuando Sevi­lla, debido a la rapiña a que la sometió el funesto Maris­cal SOULT, perdió parte de su riqueza pictórica y espe­cialmente cuadros de Muri­llo. Iglesias como la de San Jorge (del Hospital de la Santa Ca­ridad) o Santa María la Blanca perdieron para siempre obras del inmortal pintor, que confiscadas por el citado mariscal –al que no se puede negar su buen gus­to– fueron llevadas a Francia, regresando posteriormente algunas a España que se quedaron en Madrid y no re­gresando las más, pudiéndo­se hoy día contemplar en Museos extranjeros o colec­ciones privadas.
El motivo principal de que solamente conservemos una parte mínima de la obra de Murillo en nuestra ciudad se debe a la propia fama que Murillo tuvo entre sus coetá­neos y a la gran estima de su pintura que le mantuvo has­ta la primera mitad del S. XIX en un lugar de privile­gio, llegando a ser el pintor más universalmente conoci­do de toda España, superan­do incluso en popularidad a Veláz­quez. Tras un periodo en que se le minusvaloró, hoy día vuelve a tener un lugar preeminente en la historia de la pintura, debido en parte a la reivindicación de su obra que hizo Diego An­gulo con la publicación de su monumental obra sobre "Murillo".
A pesar de los avatares ya citados aún nos quedan en la ciudad un número importan­te de sus obras, tanto por ca­lidad como por cantidad. El amante de la pintura de Mu­rillo que quiera admirar su obra en nuestra ciudad debe dirigir sus pasos fundamen­talmente a estos tres lugares: Mueso de Bellas Artes, Cate­dral hispalense y Hospital de la Santa Caridad, concreta­mente a su iglesia y por ese orden.
Además de los lugares ci­tados, el fervoroso de Murillo puede contemplar dos cuadros suyos en el Palacio Arzobispal (La Virgen en­tregando el Rosario a Santo Domingo y La Inmaculada de Fray Juan de Quirós). Concretamente la primera de las obras citadas es tam­bién la obra más temprana conocida d el autor.
La iglesia de Santa Ma­ría la Blanca conserva también un cuadro de Mu­rillo, que representa La Ce­na, cuadro de una etapa tenebrista del pintor y en el que destacan las espléndidas cabezas de los Apóstoles y el propio Cristo. Esta iglesia contó con cuatro lienzos de Murillo pintados expresa­mente para decorar la iglesia y que fueron llevados a Francia, volviendo dos a Ma­drid (Museo del Prado) y res­tando las otras dos para siempre en el extranjero. Son pinturas que hacían re­lación con la advocación de la Iglesia y la fundación de la basílica homónima romana.
Por último, antes de dirigir­nos a los tres lugares citados como prioritarios para cono­cer los cuadros del pintor en Sevilla podemos admirar otro lienzo de Murillo que está en el Alcázar de Sevi­lla, titulado San Francisco Solano aplacando a un toro furioso. Para el profesor Valdivieso esta obra proce­dería del antiguo convento de San Francisco de Sevilla, convento que tuvo toda una serie de pinturas de Mu­rillo para decorar su claus­tro, narrando obras y mila­gros de frailes franciscanos y que también fueron confisca­dos y enviados a Francia. El hecho de que el cuadro cita­do no perteneciese a los co­locados en el claustro del convento pudo ser la causa de que aún esté entre noso­tros.
En un próximo artículo nos dirigiremos al Museo para conocer su colección pictórica murillesca.