18.7.23

A las perdidas patrimoniales vistas anteriormente hay que añadir  la especulación tremenda del suelo en los años del desarrollismo –década de los años 1960 y posteriores, años de expolio ciudadano en los cuales, supeditadas las decisiones políticas urbanísticas a fuertes intereses económicos, desaparecieron también muy importantes edificios, en este caso la mayoría de carácter civil. En palabras de Manuel Grosso es en estos años donde comienza la obsesión, que aún hoy dura, de enfrentar una hipotética Sevilla moderna a la más tradicional, error injustificable y que ha producido y aún produce situaciones irreversibles de diversa magnitud.

                                                                                                                

En la Plaza del Duque se destruyeron edificios tales como la casa-palacio de Miguel Sánchez-Dalp –que cuenta con magnífico reportaje fotográfico del humanista Emigdio Mariani Piazza y al que Nicolás Salas le ha dedicado un estudio magistral–; la casa palacio de los Solis y de los Cavaleri; el Hotel Venecia y el colegio Alfonso X el Sabio. En la plaza de la Magdalena cayó, por obra de la piqueta, el palacio de los Condes de Gelves. En muchos casos, sobre los solares hay hoy día centros comerciales. Además, podemos citar los derribos del Hotel Madrid, las casas palacios del marqués de Aracena y la familia Robledo y barrios casi enteros, como San Julián.

Si en la primera mitad del siglo XX era frecuente ver a alcaldes y autoridades varias empuñando la piqueta para iniciar obras de derribo, dejándose fotografiar como el cazador que se fotografía junto a su presa, hoy este espectáculo resulta imposible y ninguna autoridad alardearía de haber comenzado el derribo de un bien inmueble con valor histórico.

En cuanto a bienes muebles, Nicolás Salas aporta escalofriantes datos referidos a la destrucción de patrimonio en los siglos XIX y XX. Los retablos desaparecidos sumaron cien: 78 del siglo XVIII, 18 del siglo XVII  y 4 del siglo XVI. Las esculturas destruidas fueron 253, así distribuidas: 201 del siglo XVIII, 37 del siglo XVII, 12 del siglo XVI y 3 del siglo XV, más una posible del siglo XIV. Las pinturas perdidas sumaron 180 lienzos y tablas: 120 del siglo XVIII, 50 del siglo XVII, 9 del siglo XVI y una del siglo XV. Asimismo se perdieron cuarenta objetos de orfebrería, como cálices, copones, ostensorios y otros objetos, considerados de valor histórico y artístico.

Pero todo no es de color negro. La aparición en nuestros días de asociaciones dedicadas a la defensa y divulgación del patrimonio están haciendo una gran labor en evitar desmanes como los relatados, lo cual unido a la gran preocupación de los ayuntamientos democráticos por estos temas y por las instituciones públicas, que han invertido e invierten cantidades muy importantes en procesos rehabilitadores –léase Junta de Andalucía, Diputación, Ayuntamiento, han hecho resurgir de sus cenizas restos arqueológicos y edificios que se daban por perdidos. 

En la década de 1980, distintas intervenciones del Gerencia Municipal de Urbanismo, dirigida por el arquitecto José García-Tapial y León, recuperaron para la ciudad restos de la muralla almohade, que se creían perdidos: el importante tramo incrustado entre los edificios del colegio del Valle, el tramo desconocido existente la Casa de la Moneda y la Torre de la Plata, la identificación y salvaguarda de tramos por las calles Goles, Gravina, Zaragoza, Plaza de Molviedro,  Castelar, Tomás de Ibarra, Sol y algunas más. 

La Expo del 1992 dio un fuerte impuso al proceso restaurador que ya venía con fuerza de algunos años atrás, siendo lo más llamativo la sevillana Cartuja de las Cuevas –conjunto monumental feliz aunque polémicamente restaurado y puesto posteriormente en uso–. Se pueden citar, además, el Hospital de las Cinco Llagas –sede del Parlamento Andaluz en la actualidad–, el Palacio de San Telmo, hoy sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía–, la Casa de Miguel de Mañara, los palacios de Altamira y el de los marqueses de la Algaba, la Casa de las Columnas en Triana y la de las Sirenas en la Alameda, el propio Museo de Bellas Artes, los restos del monasterio de San Jerónimo, el exconvento de los Terceros, parroquias como San Isidoro, San Andrés, San Bartolomé, la Magdalena, San Lorenzo, San Vicente, San Román, Santa Catalina y barrios casi enteros como San Bartolomé, el propio Ayuntamiento de Sevilla y algunos edificios más, en los que iniciativa privada ha tomado la responsabilidad de restauraros como el Hospital del Pozo Santo o el de Venerables, lucen hoy con un esplendor que se daba por perdido. La iglesia del ex-convento de religiosas franciscanas de Santa Clara y su entorno (Torre de don Fadrique y espacio conventual, hoy de posesión municipal), se suman a esta positiva lista.

El ejemplo ocurrido con el segundo templo de la ciudad, el del Salvador, en el que todas las administraciones, espoleadas por iniciativas ciudadanas, reaccionaron ofreciendo su colaboración al tener que cerrarse al culto por peligro para los fieles, es significativo de la conciencia que hoy existe sobre la importancia de la conservación de nuestro patrimonio. Hoy la iglesia del Salvador es un ejemplo de restauración y conciencia cívica.

De igual modo, los espacios arqueológicos y centro de interpretación del castillo de la Inquisición, en Triana, y los restos romanos de la Encarnación en el Antiquarium, el mayor yacimiento arqueológico romano de Sevilla, son ejemplos de la puesta en valor de nuevos espacios que enriquecen y amplían, de manera muy importante, el patrimonio de la ciudad. La parroquia del Sagrario, pronta a su reapertura, y la restauración por fases de la Giralda se suman a este impulso conservador.  

Pero aún queda mucha tarea por realizar, sobre todo en las iglesias conventuales: el convento carmelita de San José –conocido como Las Teresas–, el de monjas dominicas de Madre de Dios o el convento de agustinas de San Leandro por citar algunos ejemplos. 

          

 

 



[1] Grosso, Manuel, Sevilla, ciudad de leyenda, Editorial Jirones de Azul, Pág. 305.

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