14.10.25

 

La cabeza del rey don Pedro

Todo el que escriba sobre temas sevillanos se topará, más bien pronto que tarde, con el rey don Pedro I y con algunas de las muchas leyendas que se relacionan con su persona.  En este sentido se le puede denominar como un rey legendario, dado que es el que más leyendas tiene en Sevilla. Pedro I de Castilla, por unos llamado el Justiciero y por sus detractores el Cruel.

A él le debemos la construcción del Palacio Mudéjar en el Alcázar sevillano con su espléndida fachada mudéjar y la reconstrucción de muchas iglesias sevillanas, que resultaron dañadas por el terremoto que tuvo lugar el 24 de agosto de 1356. Don Pedro vivió gran parte de su vida en Sevilla, ciudad a la que trasladó la corte, precisamente al Real Alcázar.

Muchas son las leyendas que le tienen por protagonistas, alguna de ellas en el escenario del Real Alcázar. Una de las más conocidas es la referida a su cabeza, a la cabeza del rey Don Pedro.

Pero veamos brevemente quién fue el personaje cuya testa, en piedra, aparece colocada en la calle de su nombre.

Pedro I de Castilla nació en Burgos un 30 de agosto de 1334 y murió asesinado alevosamente por su hermanastro Enrique en Montiel (Ciudad Real) el 23 de marzo de 1369. Sus padres fueron el rey Alfonso XI de Castilla y doña María de Portugal, que fue la que le crio y educó, en el Alcázar sevillano. Alfonso XI tuvo una amante llamada Leonor de Guzmán, con la que tuvo la friolera de 10 hijos y que, de facto, actuaba como reina ya que Alfonso XI tenía marginada a su legítima esposa, doña María, a la que había ingresado en el monasterio de San Clemente, de monjas cistercienses y allí tiene su sepultura. Uno de los hijos que tuvo con doña Leonor, Enrique, sevillano por más señas, sería quien arrebataría el trono a su hermanastro Pedro. Al rey Enrique II se le conoce como «el de las Mercedes» debido a las donaciones y grandes favores que tuvo que conceder a la nobleza que le había ayudado a conseguir el trono.

Su reinado abarcó desde el 26 de marzo de 1350 hasta su asesinato en 1369. Murió en una tienda de campaña y, una vez muerto, fue decapitado y su cadáver vejado. Ignominioso final. Hoy sus restos mortales, tras varias peripecias, descansan desde 1887 en la cripta de la Capilla Real de la catedral hispalense, por iniciativa de Joaquín Guichot Parody, cronista de la ciudad de Sevilla, junto a su amante María de Padilla y tres infantes.

Con la muerte de don Pedro se extinguió la Casa de Borgoña como reyes de Castilla, instaurándose tras su muerte la dinastía de Trastámara. 

Pero vayamos al grano.

Todo comenzó con un encuentro nocturno del rey con uno de los hijos de Tello de Guzmán, conde de Niebla, de la familia de los Guzmanes, enemigos acérrimos de don Pedro. Hay varias versiones: ora que fue un encuentro casual, ora que tuvo lugar un duelo acordado previamente, ora que si el rey iba o venía de un lance amoroso nocturno. Lo cierto es que el rey mató de una certera estocada al Guzmán, en el lugar llamado «De los Cuatro Cantillos», hoy calle Candilejo. Aunque la noche era muy oscura y nadie andaba deambulando a esas horas hubo una inesperada testigo: una viejecita, que, asomada a su ventana con un candil, presenció la escena y, aunque no reconoció las caras, sí que identifico al rey por el sonido que hacía al andar, ya que padecía de una artrosis que le hacía sonar los huesos. Su hijo escuchó el relato de la madre.

Al día siguiente, la noticia corrió como la pólvora por toda la ciudad. El padre del asesinado acudió al Alcázar, para pedir justicia al rey. Y don Pedro le garantizo que se haría justicia. Mandó publicar un bando en el cual se ofrecían cien doblas de oro a quién pudiera dar datos sobre el autor del asesinato. Y que la cabeza del autor del crimen se expondría públicamente.

Don Pedro pensaba:

          —Nadie me ha podido ver. La recompensa ofrecida, muy alta, nadie la va a cobrar. Y añadía:

          —Aun en el caso de que haya algún testigo oculto no se atreverá a denunciarme.

Pero no fue así. El hijo de la testigo se encajó en el Alcázar pidiendo ver al rey, alegando que sabía quién había sido el autor del asesinato. Don Pedro le recibió con una mezcla de curiosidad y desconfianza.

          —¿Tú sabes quién mató al Guzmán? —le espetó el rey.

          —Sí, majestad. Pero no puedo decirlo en público. Le ruego que nos quedemos a solas y se lo diré.

          —Salid todos y dejadme a solas con este villano —ordenó el rey a sus acompañantes. Y prosiguió:

          —Estad atentos por si os necesito, aunque a este villano me lo estoqueo en un segundo.

El hijo de la testigo llevaba una caja. Le pidió al rey que la abriera y vería la cara del asesino. El rey abrió la caja, que llevaba un espejo en el fondo, y el rey vio reflejado su rostro. Otras versiones relatan que el muchacho hizo que el rey se pusiera delante de un espejo que había en la sala. Sea de ello lo que fuese, lo cierto es que el rey comprendió el mensaje. Como además de cruel el rey era justo, le dio al muchacho la recompensa prometida y le advirtió:

          —Si lo dices a alguien date por muerto. 

          —Quede tranquilo su majestad. Juro solemnemente no desvelarlo jamás.

          —Más te vale si en algo aprecias tu vida. Vete y olvida este asunto.

          —Así lo haré —respondió el muchacho, al tiempo que hacía una reverencia.

Y se fue tan contento, con una buena recompensa y la vida resuelta.

A los pocos días se publicó un bando informando de que el asesino había sido detenido y ejecutado y que su cabeza de expondría públicamente en el lugar donde sucedió el crimen.  

Y así fue. Una comitiva salió del Real Alcázar en una mañana de mayo de 1354 al alba llevando unos servidores una caja, con la cabeza de piedra del criminal dentro, que no era otra que un retrato del rey don Pedro I de Castilla.

Al llegar la comitiva al lugar, unos alarifes abrieron un hueco en el muro y depositaron, tras una fuerte reja, la caja bien cerrada. El público, expectante, que esperaba ver la cabeza del criminal se llevó un chasco. Se alegó que, al ser la cabeza de una persona principal, y para evitar venganzas y disturbios era más prudente que no se viese en público. Así se hizo.

Esta leyenda ha dejado huella en el callejero sevillano: Cabeza del Rey Don Pedro y Candilejo. Un candil cuelga de la ventana de una de las casas aleñadas recordando este suceso. Y ¿dónde está hoy día la escultura con la regia cabeza? La original está en la Casa de Pilatos. La que podemos ver actualmente en la calle homónima no es una cabeza sino más bien un busto representando al rey, fechada a primeros del siglo XVII.  

           Y así termina una de las leyendas más famosas de la historia hispalense. 


11.10.25

 LEYENDAS  Y TRADICIONES: El hombre de piedra

El viandante que pasee por el barrio de San Lorenzo podrá encontrarse con una calle de nombre un tanto misterioso: Hombre de piedra. ¿Un hombre de piedra? Pues sí, un hombre de piedra, que no es más que un busto, al parecer romano, que se haya empotrado en la fachada de una vivienda. De ahí surgió la leyenda.                                   

En tiempos pretéritos era muy frecuente llevar la comunión a los enfermos de manera ceremoniosa por lo que no era difícil encontrarse con un sacerdote y su cortejo que llevaba el Santísimo Sacramento para alivio de un enfermo o moribundo. La norma litúrgica disponía y dispone que los fieles se arrodillen o hagan genuflexión al paso del Santísimo como signo de adoración. El pueblo le llamaba «Su Majestad en público». Aún en muchos pueblos se sigue usando ese término para las procesiones eucarísticas propias del tiempo pascual que llevan, de manera solemne, la comunión a los enfermos e impedidos. También se las llama «procesión de impedidos» actualmente.

Pero en el siglo XV, fecha en la que se sitúa esta leyenda, con una presencia absoluta de la Iglesia en la vida civil, las normas eclesiásticas eran obligatorias para todo el pueblo. Y ¡ay de quién no las cumpliera! La línea entre las jurisdicciones eclesiásticas y civiles se confundía. El pecado era delito y el delito era pecado.

La ley de la época de que hablamos, reinando Juan II, se puede leer debajo de la Cruz de las Culebras, en la sevillana calle Villegas. Dice así:

El rey i toda persona que topare el Santísimo Sacramento se apee, aunque sea en el lodo so pena de 600 maravedises según la loable costumbre desta ciudad, o que pierda la cabalgadura, y si fuere moro catorce años arriba que hinque las rodillas o que pierda todo lo que llevare vestido.

Pues bien, en una de las numerosas procesiones con el Santísimo tocó pasar por delante de una taberna. Los clientes que estaban en ese momento en el interior salieron a la calle y, respetuosamente, se arrodillaron al paso del Santísimo. Pero un tal Mateo, apodado el Rubio, no lo hizo.

          —¿Por qué tengo yo que arrodillarme? —exclamó con chulería el tal Mateo.  Y prosiguió:

          —Sois unos lacayos. Un hombre de verdad nunca se arrodilla ante nadie. Yo me quedo de pie y de pie seguiré.

Y así fue. Siguió blasfemando hasta que un rayo caído del cielo lo convirtió en una escultura de piedra, hundiéndole en el suelo hasta las rodillas, tal como hoy aparece. Sus blasfemias habían tenido su merecido.

Y allí sigue, eternamente de pie, como ejemplo de castigo por su impiedad y soberbia.

Y ya que hemos citado la Cruz de las Culebras digamos algo sobre el origen de ese nombre tan inusual.

La actual calle Villegas se llamó antes Culebras, de ahí el apelativo de la Cruz. Se rotuló con el nombre de Villegas desde 1898 por honrar al pintor sevillano José Villegas Cordero (1844-1921), discípulo de Eduardo Cano de la Peña y que llegó a ser director del Museo del Prado entre los años 1901 a 1918. No confundirlo con Pedro Villegas Marmolejo, pintor sevillano renacentista que vivió en el siglo XVI y que también tiene su calle en el barrio de Nervión.

Sobre el origen del anterior nombre, Culebras, nos ilustra José María de Mena, que le viene por una botica que había en esa calle, propiedad de un tal Juan Valle, que tenía pintada unas culebras. La culebra enrollada en una vara es el símbolo del dios griego Asclepio (Esculapio para los romanos), relacionado con la curación a través de la Medicina. Así pues, no es exótica la aparición de culebras pintadas en las boticas o farmacias, como hoy las llamamos. 

La Cruz, de madera, sin ornamentación, era la del cementerio del Salvador, en la plaza homónima. El asistente Pablo de Olavide ordenó retirarla del medio de la plaza y colocarla en su lugar actual, debido a las molestias que causaba al tránsito de peatones y carros,