La
cabeza del rey don Pedro
Todo el
que escriba sobre temas sevillanos se topará, más bien pronto que tarde, con el
rey don Pedro I y con algunas de las muchas leyendas que se relacionan con su
persona. En este sentido se le puede
denominar como un rey legendario, dado que es el que más leyendas tiene en
Sevilla. Pedro I de Castilla, por unos llamado el Justiciero y por sus
detractores el Cruel.
A él le
debemos la construcción del Palacio Mudéjar en el Alcázar sevillano con su
espléndida fachada mudéjar y la reconstrucción de muchas iglesias sevillanas,
que resultaron dañadas por el terremoto que tuvo lugar el 24 de agosto de 1356.
Don Pedro vivió gran parte de su vida en Sevilla, ciudad a la que trasladó la
corte, precisamente al Real Alcázar.
Muchas
son las leyendas que le tienen por protagonistas, alguna de ellas en el
escenario del Real Alcázar. Una de las más conocidas es la referida a su
cabeza, a la cabeza del rey Don Pedro.
Pero
veamos brevemente quién fue el personaje cuya testa, en piedra, aparece
colocada en la calle de su nombre.
Pedro I de Castilla nació en Burgos un 30 de agosto de 1334 y murió
asesinado alevosamente por su hermanastro Enrique en Montiel (Ciudad Real) el
23 de marzo de 1369. Sus padres fueron el rey Alfonso XI de Castilla y doña
María de Portugal, que fue la que le crio y educó, en el Alcázar sevillano.
Alfonso XI tuvo una amante llamada Leonor de Guzmán, con la que tuvo la
friolera de 10 hijos y que, de facto,
actuaba como reina ya que Alfonso XI tenía marginada a su legítima esposa, doña
María, a la que había ingresado en el monasterio de San Clemente, de monjas
cistercienses y allí tiene su sepultura. Uno de los hijos que tuvo con doña
Leonor, Enrique, sevillano por más señas, sería quien arrebataría el trono a su
hermanastro Pedro. Al rey Enrique II se le conoce como «el de las Mercedes»
debido a las donaciones y grandes favores que tuvo que conceder a la nobleza
que le había ayudado a conseguir el trono.
Su reinado abarcó desde el 26 de marzo de 1350 hasta su
asesinato en 1369. Murió en una tienda de campaña y, una vez muerto, fue
decapitado y su cadáver vejado. Ignominioso final. Hoy sus restos mortales,
tras varias peripecias, descansan desde 1887 en la cripta de la Capilla Real de
la catedral hispalense, por iniciativa de Joaquín Guichot Parody, cronista de
la ciudad de Sevilla, junto a su amante María de Padilla y tres infantes.
Con la muerte de don Pedro se extinguió la Casa de Borgoña como reyes de Castilla, instaurándose tras su muerte la dinastía de Trastámara.
Pero vayamos al grano.
Todo comenzó con un encuentro nocturno del rey con uno de
los hijos de Tello de Guzmán, conde de Niebla, de la familia de los Guzmanes,
enemigos acérrimos de don Pedro. Hay varias versiones: ora que fue un encuentro
casual, ora que tuvo lugar un duelo acordado previamente, ora que si el rey iba
o venía de un lance amoroso nocturno. Lo cierto es que el rey mató de una
certera estocada al Guzmán, en el lugar llamado «De los Cuatro Cantillos», hoy
calle Candilejo. Aunque la noche era muy oscura y nadie andaba deambulando a
esas horas hubo una inesperada testigo: una viejecita, que, asomada a su
ventana con un candil, presenció la escena y, aunque no reconoció las caras, sí
que identifico al rey por el sonido que hacía al andar, ya que padecía de una
artrosis que le hacía sonar los huesos. Su hijo escuchó el relato de la madre.
Al día siguiente, la noticia corrió como la pólvora por
toda la ciudad. El padre del asesinado acudió al Alcázar, para pedir justicia
al rey. Y don Pedro le garantizo que se haría justicia. Mandó publicar un bando
en el cual se ofrecían cien doblas de oro a quién pudiera dar datos sobre el
autor del asesinato. Y que la cabeza del autor del crimen se expondría
públicamente.
Don Pedro pensaba:
—Nadie me
ha podido ver. La recompensa ofrecida, muy alta, nadie la va a cobrar. Y
añadía:
—Aun en el
caso de que haya algún testigo oculto no se atreverá a denunciarme.
Pero no fue así. El hijo de la testigo se encajó en el
Alcázar pidiendo ver al rey, alegando que sabía quién había sido el autor del
asesinato. Don Pedro le recibió con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—¿Tú sabes
quién mató al Guzmán? —le espetó el rey.
—Sí,
majestad. Pero no puedo decirlo en público. Le ruego que nos quedemos a solas y
se lo diré.
—Salid
todos y dejadme a solas con este villano —ordenó el rey a sus acompañantes. Y
prosiguió:
—Estad
atentos por si os necesito, aunque a este villano me lo estoqueo en un segundo.
El hijo de la testigo llevaba una caja. Le pidió al rey
que la abriera y vería la cara del asesino. El rey abrió la caja, que llevaba
un espejo en el fondo, y el rey vio reflejado su rostro. Otras versiones
relatan que el muchacho hizo que el rey se pusiera delante de un espejo que
había en la sala. Sea de ello lo que fuese, lo cierto es que el rey comprendió
el mensaje. Como además de cruel el rey era justo, le dio al muchacho la
recompensa prometida y le advirtió:
—Si lo
dices a alguien date por muerto.
—Quede
tranquilo su majestad. Juro solemnemente no desvelarlo jamás.
—Más te
vale si en algo aprecias tu vida. Vete y olvida este asunto.
—Así lo
haré —respondió el muchacho, al tiempo que hacía una reverencia.
Y se fue tan contento, con una buena recompensa y la vida
resuelta.
A los pocos días se publicó un bando informando de que el
asesino había sido detenido y ejecutado y que su cabeza de expondría
públicamente en el lugar donde sucedió el crimen.
Y así fue. Una comitiva salió del Real Alcázar en una
mañana de mayo de 1354 al alba llevando unos servidores una caja, con la cabeza
de piedra del criminal dentro, que no era otra que un retrato del rey don Pedro
I de Castilla.
Al llegar la comitiva al lugar, unos alarifes abrieron un
hueco en el muro y depositaron, tras una fuerte reja, la caja bien cerrada. El
público, expectante, que esperaba ver la cabeza del criminal se llevó un
chasco. Se alegó que, al ser la cabeza de una persona principal, y para evitar
venganzas y disturbios era más prudente que no se viese en público. Así se
hizo.
Esta leyenda ha dejado huella en el callejero sevillano:
Cabeza del Rey Don Pedro y Candilejo. Un candil cuelga de la ventana de una de
las casas aleñadas recordando este suceso. Y ¿dónde está hoy día la escultura
con la regia cabeza? La original está en la Casa de Pilatos. La que podemos ver
actualmente en la calle homónima no es una cabeza sino más bien un busto
representando al rey, fechada a primeros del siglo XVII.
Y así termina una de las leyendas más famosas
de la historia hispalense.